jueves, 1 de mayo de 2008

SEMANA SANTA 2007. PRIMERA PARTE

¿Es un sueño o acaso imaginaciones? En la lejanía se oyen tambores, el aire arrastra voces de cornetas. No, no es un sueño, no es una imaginación. Música se escucha en apartados rincones de la ciudad nocturna. Toques lastimeros, de dolor y penitencia. Toques que anuncian la cercanía de la Semana Santa.

Como la primavera hace retoñar los árboles, así retoña ese sentimiento del cofrade cada año en primavera. Las cofradías se preparan para su semana grande. Y en las fechas de Cuaresma se celebran binarios, triduos, quinaros y novenarios a las imágenes devocionales. Se prepara el espíritu para la Semana Santa. Y e el recogimiento de las Iglesias, sólo silencio. Frente a las imágenes silencio y meditación y arrepentimiento.

En la Santa Iglesia Catedral, tiene lugar el Pregón de Semana Santa. Cada año un pregonero, en éste el abad de Santo Domingo de Silos, anuncia la llegada de la Pasión del Salvador. Desde el atril el pregonero se convierte en la voz que impregna de sentimiento las almas del pueblo fiel allí congregado. Mas sus palabras allí no se quedan retenidas, vuelan libres, transportadas por el eco, atraviesan la ciudad y los vallisoletanos escuchan la llamada y en sus corazones se despierta el deseo de acompañar al Redentor en su tortuoso camino, declarando su fe en un hombre que sufrió tormento por la incomprensión y el pecado del mundo.

Preparativos, los últimos antes de salir a la calle. Los días se confunden con las noches para los cofrades comprometidos. Se roban horas al sueño, se agotan los cuerpos, mas esa ilusión, ese sentimiento ayudan a no ceja en el empeño.

Viernes, llamado por el pueblo Viernes de Dolores, previo al Domingo de Ramos. Desde la Iglesia de San Joaquín y Santa Ana, la Cofradía del Entierro traslada al “Cristo Yacente” hasta la Iglesia de San Lorenzo, sede de la patrona de la ciudad. A hombros de sus cofrades, es portado y ante la imagen de la Virgen de San Lorenzo se realiza un acto de reflexión, preparativo de lo que va a acaecer. Y en el mismo silencio de la ida, se vuelve a la iglesia conventual arropado Cristo por el pueblo fiel.

A las diez de la noche, en otra parte de la ciudad, en el populoso barrio de las Delicias, la Exaltación de la Cruz mira inquieta el cielo, cubierto de oscuras nubes, que amenazan con traer lluvia. Las dudas se ciernen, mas el sentimiento puede y las campanas repican, anuncian la salida de Nuestra Señora de los Dolores, portada a hombros, mientras resuenan las notas de la Marcha Real. Dentro de la Iglesia un cántico se interpreta, El novio de la muerte y por el umbral de la puerta aparece el “Cristo de la Buena Muerte” portado por veteranos legionarios vallisoletanos a pulso sobre sus cabezas, con paso marcial y sentimiento en sus voces. Con delicadeza Cristo es acomodado en las andas.

Una carraca resuena, voz de corneta da la orden y el redoble de tambores llena el silencio. El pueblo dormido despierta, oye la convocatoria y a acude a dar testimonio de fe.

Por las calles de las Delicias va avanzando la procesión, en los balcones y ventanas, en las cales miles de ojos acompañan. Mas la tristeza de los cofrades surge en el corazón cuando al irse a rezar el Via-Crucis la lluvia aparece. Con celeridad las imágenes se cubren y con paso raudo se acompañan hasta la Iglesia.

Sábado noche, Sábado de Pasión. Desde San quince y Santa Julita, la Cofradía de la Pasión parte en un peregrinaje por las calles vallisoletanas alumbrando al “Santo Cristo de las Cinco Llagas”. Por calles antiguas, estrechas, transcurre la procesión. Cinco conventos recuerdan las cinco lagas de Cristo: San Quince y Santa Julita, Santa Teresa, Concepción, Santa Catalina de Siena y Santa Isabel.

La noche se va volviendo fría. La débil luz de los cirios la ilumina. Las capas grises son golpeadas por el viento y la tela cruje con el brusco movimiento. Las notas de música, arrastradas por ese viento, se pierden en la lejanía; canto fúnebre que acompaña hasta el fin del recorrido, letanía de ruegos, súplica al “Santo Cristo de las Cinco Llagas” que al interior de su Iglesia vuelve, donde espera al vallisoletano que ha depositado su fe en él.

Amanece y el sol se despierta radiante. Domingo de Ramos. Hosanna. Risas infantiles llenan las calles, alegría desbordada. Hoy es su día. Hosanna. Apenas se ha conciliado el sueño, los nervios al ver el hábito colgado. Hosanna. Las secciones infantiles de las cofradías acuden a la Catedral. Numerosos niños, con atuendo estrenado, pasean sus palmas recién compradas. Hosanna. Y al paso de la “Borriquilla” las palmas son batidas por aquellas manos infantiles. Y frente a la Penitencial de la Vera Cruz, un murmullo, que se acrecienta, de las hojas semeja un mar amarillento en pleno oleaje. Hosanna. Hoy es día de alegría, antes del duelo. Hosanna.

En las tierras de laguna de Duero, el “Cristo de los Trabajos” abandona su residencia y se encamina a Valladolid en su peregrinaje anual. Lo despide el pueblo como cada primavera, ansiando su vuelta. Valladolid abre sus brazos y lo acoge con cariño. Desde Filipinos hasta la Iglesia de Santiago, las calles son ocupadas por numeroso pueblo fiel, que respetuoso, observa la imagen de un hombre torturado, que sus ojos nos dicen: Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen. Ya ha anochecido cuando Cristo entra en la Iglesia de Santiago, como peregrino milenario que en la ruta jacobea busca su identidad, su camino. “Yo soy la vida, seguid mi senda.”

Lunes Santo, lunes de Rosario. Por las calles los sagrados misterios del Rosario son revividos, una letanía de padrenuestros, avemarías y glorias. Primer misterio. Junto a un olivo, Cristo ora y un ángel se le aparece. Sus miradas se cruzan. Entre sus manos el ángel retiene el cáliz, símbolo del comienzo de un tiempo nuevo. La oración en el huerto. Segundo misterio. Mirada al infinito. Nuestros ojos se cruzan con los de él. Dolor, piedad, misericordia, perdón. Su espalda flagelada derrama sangre, que gota a gota resbala hasta caer en el suelo. Por nuestra redención. La flagelación. Tercer misterio. Burlas ignorantes, mofas y escarnios de que no conoce la Verdad, del que su temor provoca hostilidad. Golpes, vejaciones, en las sienes heridas. La coronación de espinas. Cuarto misterio. Un hombre medio vivo, medio muerto. Con su cuerpo empapado de sudor y sangre. Su hombro siente el peso, el daño que se incrusta en los huesos. El peso de la cruz apenas le deja avanzar. Cada esfuerzo es una lucha por no ceder. Mas por tres veces cae. Agotado. Burlas, imprecaciones; pero Cireneo se siente conmovido y ayuda. La Verónica enjuga su rostro y por milagro su faz queda impresa. Lenta es la marcha del hombre agotado. Quinto misterio. Golpe de martillo, clavo que traspasa carne, crujir de sogas tensadas. El cuerpo elevado se estremece. Apenas puede respirar. La vista se le enturbia. Se escapa la vida con cada suspiro. Todo está consumado, expiración. La crucifixión. Soledad. Al pie de la cruz la Madre permanece, llora su desgracia. Los brazos abre en su desesperación. Esos dolores que traspasan su alma, que le han privado de luz. La Virgen de la Vera Cruz.

Más tarde, desde la Iglesia de la Antigua, la cofradía de la Precisísima Sangre alumbra el Cristo del Olvido. El Señor crucificado es portado a hombros para recordar lo que no ha de ser olvidado. En el silencio se oye crepitar las llamas de las velas. Ante esta imagen silencio y reflexión frente a la Basílica de la Gran Promesa. Con una fe renovada, la marcha continúa hasta el Real Colegio de Ingleses, donde al son de voces corales, Nuestra Madre Vulnerata se encuentra con su Hijo. Y en su dolor la Madre recuerda la niñez, adolescencia y madurez de esa parte de sí que ahora pende de una cruz de madera. La Madre se recoge, en la intimidad continúa con sus recuerdos. La noche se ha vuelto más fría, el viento sacude las capas. De madrugada retorna Cristo a la Iglesia de la Antigua. Le siguen los cofrades y el pueblo, frente a la fachada se despiden con la promesa de no olvidar su sufrimiento.